miércoles, 21 de abril de 2010

CUADERNO DE BITÁCORA: SEGUNDO DÍA


Entre lo pasado y lo que aún tendría que llegar, el segundo día del curso transcurrió sin grandes sobresaltos. Quién les iba a decir a los alumnos del taller que, un martes 20 de abril, iban a sudar la gota gorda con eso de los saltos temporales (prolepsis). Sin embargo, se apuntaron para nuestro gozo, y llegó el dichoso martes, ese en el que el Pep Team hizo el ridículo frente a unos malnacidos italianos, porca miseria, y los alumnos afrontaron estoicamente un tema sencillo en la teoría, ameno cuando se escucha, aunque un poco más arduo en la práctica.

Aun recuerdo cuando nos pusimos frente a ellos por primera vez (analepsis), era también martes y en sus miradas había una mezcla de excitación y miedo. Ayer tocaba uno de los temas más densos del programa: el tiempo narrativo. Pasamos la tarde entre saltos mortales que iban y venían del pasado al futuro, y por un momento fuimos como trapecistas de un circo del tiempo, en el que el tiempo era como un chicle que, en manos del autor, podía estirarse todo lo necesario.

Y es que, aunque ayer no tocaba realizar ningún cadáver exquisito, una de las alumnas, Maria Lourdes Pérez, quiso agraciarnos con un relato corto, un microrrelato que es un canto alegórico a la libertad. Así que, pensé en traerlo al blog. Os dejo con 'Berta', que es así como lle llama...

Un día más. Sale el sol, que es lo único que alegra la vida a Berta. Se mira a sí misma y observa que sus largas hojas siguen ahí, verdes y radiantes. Pero no rezuma alegría. A Berta le persigue una utopía desde hace tiempo.

Quiere ser humana. Pensamiento que retumba en su mente. Se imagina bebé, balbuceando los primeros sonidos, sonriendo a los que le miran embobados. Se imagina niña, jugando con muñecas o empezando a aprender a leer. Se imagina adolescente, expectante a los cambios que se manifiestan en su cuerpo. Se imagina el primer amor.

Berta siente un rayo de sol y se estremece. Quiere llorar pero no puede. Se imagina mujer. Una mujer dulce y serena, activa y erudita. Se imagina. Quiere Berta gritar, sumida en el desencanto, pero no puede. No es, empero, un día más.

De las raíces de Berta empiezan a brotar dos extrañas protuberancias que, poco a poco, van adquiriendo forma y le despegan y arrancan de la tierra del inmenso tiesto donde ha estado clavada toda su vida.

Berta puede moverse. Se asoma al balcón con ademán de encaramarse al vacío y, en ese sutil instante, un nuevo rayo de sol le penetra, y mira al cielo. Mira a sus hermanos, a un lado y otro, anclados en su absurdo conformismo, inmersos en un ciclo perenne, mecánico, que ella no está dispuesta a aceptar.

"Adios, familia. Tendré otra oportunidad en la reencarnación". Fueron las últimas palabras de Berta.

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